Cincuenta años, medio siglo. Y parece que fue ayer. Recién llegado yo a Jimena fui invitado a pasar un día en el monte, a “comer un chivo”. Era una jornada gastronómica en la que se comía y bebía generosamente. Fue mi primera salida a una finca rústica en Jimena, en este caso de monte. Los anfitriones eran los hermanos Castilla, propietarios del Arrayán. El que hizo de cocinero fue el guarda del monte, Bernabé Villanueva Bernal. Hoy esa finca sigue siendo de un Castilla, pero de otra rama. Y Diego Villanueva, el hijo de Bernabé, sigue siendo al parecer el hombre de confianza que dispone de las llaves del caserío, al que va casi diariamente según me dice cuando le recordé aquella jornada, de la que él se acuerda porque era un niño de ocho años que se había criado en ese monte. Eran los signos de los tiempos, en los que muchas familias vivían en los cortijos de campo y sobre todo en los montes de Jimena como guardas de los mismos.
El pasado domingo 17 de abril, medio siglo después, me acordé mucho de ese ya lejano día. Porque el Arrayán es el monte en el que se asienta el viejo poblado de los trabajadores de la central del Corchado. Y justamente aquí tuve el placer de compartir una jornada memorable con los senderistas de esa prodigiosa sociedad deportivo-recreativo-ecológico-cultural que es CAMINETE DE LUNA. Su presidente Juan Moreno Vega y su directiva tuvieron la amabilidad de invitarnos a mi mujer, Keti y a mí a acompañarlos en esa marcha senderista de baja dificultad entre San Pablo y el Corchado. Y encima nos agradecen nuestra asistencia en su magnífico blog, ilustrado con gran cantidad de excelentes fotografías. Somos nosotros los que tenemos que agradecer el que nos hayan permitido compartir este día de inigualables experiencias.
La primera sensación que nos llamó la atención fue la cantidad de participantes en la marcha. Al parecer no era nada excepcional, porque son nada menos que doscientos socios, es decir, doscientas familias que abonan la “fabulosa” cantidad de ¡veinticinco euros anuales! Una cantidad excepcional para estos tiempos de crisis, por la que se puede disfrutar de numerosas jornadas senderistas con una organización que ronda la perfección. Perfectamente uniformados con atuendo idóneo para la actividad: mochila, chaleco, pañuelo, gorra y otros complementos, todos con color uniforme y el logotipo de CAMINETE DE LUNA. Se inicia el camino a orden de megafonía y una hora larga de marcha por el camino de la Cerejana hasta el Corchado. Una marcha durante la cual, como en los maratones que tan bien practica y domina su presidente, el pelotón inicial se fue estirando pero llegando dentro de plazo reglamentario hasta los más rezagados. No hubo ninguna descalificación por ningún tipo de infracción reglamentaria.
Al llegar al Corchado, mi segundo motivo de asombro: la intendencia había funcionado a la perfección: mesas y sillas estratégicamente situadas en los diferentes espacios escalonados del viejo poblado. Los maestros paelleros en plena faena, abundancia de refrescos, sangría, cervezas y un buen surtido de aperitivos para entretener la espera entre la visita a la central, magistralmente explicada por el técnico señor Corrales y la comida de la magnífica paella. Todo ello en un ambiente de convivencia excepcional en un paraje de una belleza singular. Platos, vasos, tenedores, cucharas y otros utensilios desechables y una meticulosa recogida de residuos en las correspondientes bolsas y contenedores para dejar el paraje tan inmaculado como se había encontrado a la llegada. Una organización perfecta.
Había pasado nada menos que medio siglo desde aquella caldereta de chivo comida por el tradicional procedimiento campero del “cucharón y paso atrás”. No existía material desechable ni se conocía la palabra senderismo. Las caminatas por campos y montes no eran por motivos deportivo-recreativos sino por las exigencias de los duros trabajos campesinos. Y surge inevitablemente la reflexión sobre la evolución de la sociedad, la mejora de la calidad de vida, la participación de amplias capas de población en actividades lúdicas, ecológicas, de entrañable convivencia. Experiencias también muy pedagógicas para los numerosos niños que he visto participan en estas actividades en las que se practica un escrupuloso respeto al medio ambiente. Y el surgimiento de grupos de personas capaces de organizar múltiples asociaciones para fines diversos. Entre ellos, esta ejemplar CAMINETE DE LUNA, en la que un magnífico equipo encabezado por el maratoniano “Veguita” es capaz de organizar actividades tan admirables como esta del senderismo con rutas perfectamente estudiadas, programadas y organizadas. Es además un gran paliativo para tiempos de crisis como la que estamos padeciendo.
Viendo caminar esa gran cantidad de jimenatos de todas las edades, sexo e ideologías, perfectamente equipados, caminando alegre y lúdicamente, hacia una meta en la que esperaba una opípara comida, no pude menos de acordarme de los muchos miles de jimenatos que durante siglos practicaron otro tipo de senderismo: el del vecino de Buenas Noches o de las Cañillas que tenía que caminar hasta el pueblo en busca del médico, el medicamento o las provisiones para sobrevivir en su mísero chozo del campo o del monte. Pero los grandes senderistas históricos eran los arrieros; recorrían multitud de kilómetros por montes, campos, caminos o veredas caminando junto a su burro o su mulo con la carga de carbón, currucas o cepas cuyo importe serviría de mísero sustento a su familia. Ésos sí eran heroicos “senderistas”, aunque desconociesen el significado de este término que hoy tiene connotaciones menos penosas que sus largas caminatas laborales.
Como era de suponer, este artículo me ha salido itinerante. Concebido inicialmente durante la marcha entre San Pablo y el Corchado, tomó forma en Jimena, hizo la Ruta de la Plata, conectó con el Camino Francés de Santiago y acabó en tierras gallegas. Se inició senderista y terminó peregrino. Ahora viajará por la vía rápida de internet hasta ese experto conocedor de veredas, trochas y cañadas geográficas e informáticas que es Currini. Él sabrá indicarle la mejor vía para que llegue al destino de actuales y futuros senderistas.
El pasado domingo 17 de abril, medio siglo después, me acordé mucho de ese ya lejano día. Porque el Arrayán es el monte en el que se asienta el viejo poblado de los trabajadores de la central del Corchado. Y justamente aquí tuve el placer de compartir una jornada memorable con los senderistas de esa prodigiosa sociedad deportivo-recreativo-ecológico-cultural que es CAMINETE DE LUNA. Su presidente Juan Moreno Vega y su directiva tuvieron la amabilidad de invitarnos a mi mujer, Keti y a mí a acompañarlos en esa marcha senderista de baja dificultad entre San Pablo y el Corchado. Y encima nos agradecen nuestra asistencia en su magnífico blog, ilustrado con gran cantidad de excelentes fotografías. Somos nosotros los que tenemos que agradecer el que nos hayan permitido compartir este día de inigualables experiencias.
La primera sensación que nos llamó la atención fue la cantidad de participantes en la marcha. Al parecer no era nada excepcional, porque son nada menos que doscientos socios, es decir, doscientas familias que abonan la “fabulosa” cantidad de ¡veinticinco euros anuales! Una cantidad excepcional para estos tiempos de crisis, por la que se puede disfrutar de numerosas jornadas senderistas con una organización que ronda la perfección. Perfectamente uniformados con atuendo idóneo para la actividad: mochila, chaleco, pañuelo, gorra y otros complementos, todos con color uniforme y el logotipo de CAMINETE DE LUNA. Se inicia el camino a orden de megafonía y una hora larga de marcha por el camino de la Cerejana hasta el Corchado. Una marcha durante la cual, como en los maratones que tan bien practica y domina su presidente, el pelotón inicial se fue estirando pero llegando dentro de plazo reglamentario hasta los más rezagados. No hubo ninguna descalificación por ningún tipo de infracción reglamentaria.
Al llegar al Corchado, mi segundo motivo de asombro: la intendencia había funcionado a la perfección: mesas y sillas estratégicamente situadas en los diferentes espacios escalonados del viejo poblado. Los maestros paelleros en plena faena, abundancia de refrescos, sangría, cervezas y un buen surtido de aperitivos para entretener la espera entre la visita a la central, magistralmente explicada por el técnico señor Corrales y la comida de la magnífica paella. Todo ello en un ambiente de convivencia excepcional en un paraje de una belleza singular. Platos, vasos, tenedores, cucharas y otros utensilios desechables y una meticulosa recogida de residuos en las correspondientes bolsas y contenedores para dejar el paraje tan inmaculado como se había encontrado a la llegada. Una organización perfecta.
Había pasado nada menos que medio siglo desde aquella caldereta de chivo comida por el tradicional procedimiento campero del “cucharón y paso atrás”. No existía material desechable ni se conocía la palabra senderismo. Las caminatas por campos y montes no eran por motivos deportivo-recreativos sino por las exigencias de los duros trabajos campesinos. Y surge inevitablemente la reflexión sobre la evolución de la sociedad, la mejora de la calidad de vida, la participación de amplias capas de población en actividades lúdicas, ecológicas, de entrañable convivencia. Experiencias también muy pedagógicas para los numerosos niños que he visto participan en estas actividades en las que se practica un escrupuloso respeto al medio ambiente. Y el surgimiento de grupos de personas capaces de organizar múltiples asociaciones para fines diversos. Entre ellos, esta ejemplar CAMINETE DE LUNA, en la que un magnífico equipo encabezado por el maratoniano “Veguita” es capaz de organizar actividades tan admirables como esta del senderismo con rutas perfectamente estudiadas, programadas y organizadas. Es además un gran paliativo para tiempos de crisis como la que estamos padeciendo.
Viendo caminar esa gran cantidad de jimenatos de todas las edades, sexo e ideologías, perfectamente equipados, caminando alegre y lúdicamente, hacia una meta en la que esperaba una opípara comida, no pude menos de acordarme de los muchos miles de jimenatos que durante siglos practicaron otro tipo de senderismo: el del vecino de Buenas Noches o de las Cañillas que tenía que caminar hasta el pueblo en busca del médico, el medicamento o las provisiones para sobrevivir en su mísero chozo del campo o del monte. Pero los grandes senderistas históricos eran los arrieros; recorrían multitud de kilómetros por montes, campos, caminos o veredas caminando junto a su burro o su mulo con la carga de carbón, currucas o cepas cuyo importe serviría de mísero sustento a su familia. Ésos sí eran heroicos “senderistas”, aunque desconociesen el significado de este término que hoy tiene connotaciones menos penosas que sus largas caminatas laborales.
Como era de suponer, este artículo me ha salido itinerante. Concebido inicialmente durante la marcha entre San Pablo y el Corchado, tomó forma en Jimena, hizo la Ruta de la Plata, conectó con el Camino Francés de Santiago y acabó en tierras gallegas. Se inició senderista y terminó peregrino. Ahora viajará por la vía rápida de internet hasta ese experto conocedor de veredas, trochas y cañadas geográficas e informáticas que es Currini. Él sabrá indicarle la mejor vía para que llegue al destino de actuales y futuros senderistas.