Muchos que peinamos canas (es un decir algunos no peinamos porqué simplemente no hay nada que peinar), recordamos con cierta nostalgia a las tiendas de ultramarinos, que eran conocidas por el apellido, nombre o alias de su propietario/a. Tienda de Juan y María Vargas, de María Quintero, de Pilar, del Muni, del Gordo, del Aceitero, de Quesada, de Josefa o Quisco Montero, de María Antonia, Siles, la Esteponera etc.
Era de admirar como en tan reducido espacio dentro del domicilio del propietario en unos pocos metros cuadrados, cabían tantos y tan diferentes productos, como estaba todo perfectamente organizado y la respuesta era casi inmediata.
No solo existía el trato comercial, también estaba el humano, entre el tendero y el cliente se generaba un grado de confianza, de comunicación de charlas contando los problemas diarios, era una relación mucho mas directa y menos fría que los grandes comercios o los supermercados actuales, donde la cajera te sonríe pero que ni te conoce, ni puede conocerte.
Fueron igualmente la solución en los años de penurias, donde se compraba a crédito, me acuerdo de esas libretillas donde se anotaban lo fiado una para el tendero y otra para el cliente, muchos tenían que esperar la plantación del arroz o la limpieza del canal para saldar las cuentas pendientes y volver a empezar otro año.
Hoy que proliferan los todo todo, todo a cien, eso estaba inventado, el todo casi absoluto estaba en esas tiendas ya desaparecidas, engullidas por los nuevos tiempos por el progreso y por el bienestar social. La mayoría desparecieron, otras tuvieron que reconvertirse y adaptarse a las nuevas corrientes, es ley de vida, pero verdad que esas tiendas tuvieron su encanto.Francisco Quirós Ocaña.
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ROSI: La tienda de Josefa Quesada (que vemos en las fotografías) es la única en el Pueblo que permanece tal cual era.
Hay que agradecer a Josefa su gentileza por permitir que se tomen estas fotografías que han sido realizadas por Sagrario Gil.