Muchos que peinamos canas (es un decir algunos no peinamos porqué simplemente no hay nada que peinar), recordamos con cierta nostalgia a las tiendas de ultramarinos, que eran conocidas por el apellido, nombre o alias de su propietario/a. Tienda de Juan y María Vargas, de María Quintero, de Pilar, del Muni, del Gordo, del Aceitero, de Quesada, de Josefa o Quisco Montero, de María Antonia, Siles, la Esteponera etc.
En ellas había de todo lo que podía haber en aquellos años de carencias y dificultades económicas. Niño llégate rápido por una carterilla de azafrán que tengo el arroz echado, un clavo, un bote de detergente, una botella de lejía, un sobre, unas pilas para la radio o un par de zapatos, era la solución inmediata, puedo asegurarles que muy pocas veces faltaba lo que pedías.
Las especializadas eran pocas, recuerdo dos la de Andrea Vallecillo, madre de Diego Ocaña Vallecillo, y por supuesto la de más arraigo durante mucho tiempo la de Mariquita la de la tienda, (María Ramírez Becerra), esas dos se dedicaban a tejidos y confecciones, recuerdo no sin añoranza cuando en vísperas de Feria o Navidades acudía con mi madre a la tienda de Mariquita (mujer encantadora donde las hubiera), para surtirme siempre dentro de las posibilidades de ropa para la temporada, por supuesto que existía el pago a plazos, de no ser así era imposible comprar. Hay que resaltar como la tienda de la Esteponera en la calle Una Acera aparte de muchos productos era la panacea para las casamenteras, allí encontraban todo lo necesario para el ajuar.
Era de admirar como en tan reducido espacio dentro del domicilio del propietario en unos pocos metros cuadrados, cabían tantos y tan diferentes productos, como estaba todo perfectamente organizado y la respuesta era casi inmediata.
Era de admirar como en tan reducido espacio dentro del domicilio del propietario en unos pocos metros cuadrados, cabían tantos y tan diferentes productos, como estaba todo perfectamente organizado y la respuesta era casi inmediata.
No solo existía el trato comercial, también estaba el humano, entre el tendero y el cliente se generaba un grado de confianza, de comunicación de charlas contando los problemas diarios, era una relación mucho mas directa y menos fría que los grandes comercios o los supermercados actuales, donde la cajera te sonríe pero que ni te conoce, ni puede conocerte.
Fueron igualmente la solución en los años de penurias, donde se compraba a crédito, me acuerdo de esas libretillas donde se anotaban lo fiado una para el tendero y otra para el cliente, muchos tenían que esperar la plantación del arroz o la limpieza del canal para saldar las cuentas pendientes y volver a empezar otro año.
Francisco Quirós Ocaña.
Hoy que proliferan los todo todo, todo a cien, eso estaba inventado, el todo casi absoluto estaba en esas tiendas ya desaparecidas, engullidas por los nuevos tiempos por el progreso y por el bienestar social. La mayoría desparecieron, otras tuvieron que reconvertirse y adaptarse a las nuevas corrientes, es ley de vida, pero verdad que esas tiendas tuvieron su encanto.
Francisco Quirós Ocaña.
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ROSI: La tienda de Josefa Quesada (que vemos en las fotografías) es la única en el Pueblo que permanece tal cual era.
Hay que agradecer a Josefa su gentileza por permitir que se tomen estas fotografías que han sido realizadas por Sagrario Gil.