ESTO NO ES CARNAVAL
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Ni siquiera durante estas fechas carnavalescas nos hace gracia que, con la que está cayendo, el ministro de Fomento José Blanco y María Dolores de Cospedal, Secretaria del Partido Popular, se enzarcen lanzándose recíprocamente la denominación de “frikis”, en vez de explicarnos, con claridad, con rigor y seriedad, sus respectivas fórmulas para salir de esta crisis que, menos algunos políticos, todos los demás ciudadanos estamos sufriendo. Desconocemos las razones por las que, en vez de luchar unidos contra el enemigo común, por ejemplo el paro, gastan sus mejores energías en buscar una palabra que, además de herir al adversario, haga reír a los ingenuos oyentes de sus soflamas semanales. No comprendemos cómo, unos y otros no advierten lo contraproducente que resulta que pretendan hacernos reír a una mayoría de ciudadanos, con esas desafortunadas ocurrencias que, sin aportar soluciones, aumentan el malestar de los ciudadanos. Es doloroso comprobar cómo, a pesar de esa cantidad de consejeros, de asesores y de gabinetes de imagen, todavía no hayan advertido que esas gracietas aumentan la irritación de los que, a pesar de los títulos, cursos y másteres acumulados, no encuentran trabajo ni, mucho menos, a los que han sido despedidos.
Es cierto que el humor -el buen humor y el mal humor-, es un procedimiento eficaz para lograr que un discurso resulte divertido, ameno e inteligible, y que, si se emplea con habilidad, lo dota de agilidad, de claridad y de fuerza sorpresiva, pero también es verdad que es un arma peligrosa que puede originar considerables destrozos en su objeto, en su objetivo y hasta en el político que la emplea. Los condimentos alegran los platos pero, a condición de que, además, contengan alimentos sustanciosos y de que no se le vaya la mano al cocinero. El humor desacraliza, desmitifica, desenmascara, desnuda de apariencias engañosas y de solemnidades vacías, pero también frivoliza asuntos serios y banaliza cuestiones graves. El que lo usa demasiado se arriesga a ser interpretado como un payaso profesional. En contra de esa convicción tan generalizada según la cual el humor sirve para liberar los sufrimientos o, dicho de una manera más clara, una forma de desahogarse, he llegado a la conclusión de que, en muchos casos, constituye una fuente amarga de agrias sensaciones y de ácidos resentimientos, que vacía de aliciente las actividades, que hace irrespirable la atmósfera social y que enrarece las relaciones sociales y políticas.
Es cierto que el humor -el buen humor y el mal humor-, es un procedimiento eficaz para lograr que un discurso resulte divertido, ameno e inteligible, y que, si se emplea con habilidad, lo dota de agilidad, de claridad y de fuerza sorpresiva, pero también es verdad que es un arma peligrosa que puede originar considerables destrozos en su objeto, en su objetivo y hasta en el político que la emplea. Los condimentos alegran los platos pero, a condición de que, además, contengan alimentos sustanciosos y de que no se le vaya la mano al cocinero. El humor desacraliza, desmitifica, desenmascara, desnuda de apariencias engañosas y de solemnidades vacías, pero también frivoliza asuntos serios y banaliza cuestiones graves. El que lo usa demasiado se arriesga a ser interpretado como un payaso profesional. En contra de esa convicción tan generalizada según la cual el humor sirve para liberar los sufrimientos o, dicho de una manera más clara, una forma de desahogarse, he llegado a la conclusión de que, en muchos casos, constituye una fuente amarga de agrias sensaciones y de ácidos resentimientos, que vacía de aliciente las actividades, que hace irrespirable la atmósfera social y que enrarece las relaciones sociales y políticas.