La palabra “caricia” procede del italiano “carezza”, un derivado del adjetivo “caro”, que significa “querido”. Los diccionarios españoles definen la “caricia” como “el roce cariñoso de la mano sobre el cuerpo para mostrar de manera directa el amor”. Es, por lo tanto, un lenguaje natural singularmente expresivo, directo y claro cuyo significante es el tacto y cuyo significado es un sentimiento amoroso; el vehículo es la piel.
La “caricia” constituye la forma más primitiva y el instrumento más eficaz que poseemos todos los seres animados para transmitir nuestros sentimientos auténticos de amor, de afecto, de ternura, de simpatía y de cariño. Todos los animales, por muy ariscos que sean, lo emplean entre ellos e, incluso, con los seres humanos. Pero suele ocurrir también que algunas personas que se frenan a la hora de acariciar o de ser acariciados por otros semejantes, no tienen el menor pudor por acariciar a perros, a gatos o a caballos.
Los psicólogos están de acuerdo en que el contacto corporal, piel a piel, es una vía de comunicación humana indispensable, no sólo para la maduración espiritual sino también para el desarrollo corporal. La “caricia”, además de ser una forma de comunicación primaria, es necesaria para lograr el bienestar de la persona y para experimentar un elemental sentimiento de seguridad; es también un estímulo indispensable para alcanzar el adecuado desarrollo físico y el equilibrio psíquico de todo ser humano.
Las experiencias llevadas a cabo por los especialistas explican cómo el contacto corporal es una necesidad tan vital para la supervivencia del recién nacido como es el oxígeno para su respiración corporal. Si éste le fallara, podría presentar graves trastornos en su desarrollo o, incluso, podría llegar a morir. Son conocidas las investigaciones que René Spitz llevó a cabo, a principios de siglo en orfanatos británicos, con el fin de identificar la causa de la considerable mortandad de bebés en establecimientos de este tipo. Quedó demostrado que uno de cada tres bebés moría antes de alcanzar el año de edad por falta de lo que podríamos llamar "alimento táctil". Se trataba en todas las ocasiones de niños y de niñas que, aunque estaban bien cuidados en su higiene, calor y alimentación, les faltaba ese contacto piel a piel, esa atención y ese juego corporal que, en mayor o menor medida, los que hemos crecido en un ambiente familiar convencional, hemos disfrutado.
Pero, en mi opinión, la “caricia” -la fiesta de la piel y del cariño- sólo es verdadera y gratificante cuando no nace en los dedos, ni en la mano, ni en la boca, sino en el rincón más recóndito del alma. Sólo podemos llamar “caricia” en sentido estricto al contacto que, expresando respeto, cariño y gratitud, es recibido y aceptado como regalo placentero. El contacto físico impuesto pierde su sentido de comunicación y se convierte en una grosera agresión que, en vez de bienestar, nos produce miedo, vergüenza y dolor.
La “caricia” constituye la forma más primitiva y el instrumento más eficaz que poseemos todos los seres animados para transmitir nuestros sentimientos auténticos de amor, de afecto, de ternura, de simpatía y de cariño. Todos los animales, por muy ariscos que sean, lo emplean entre ellos e, incluso, con los seres humanos. Pero suele ocurrir también que algunas personas que se frenan a la hora de acariciar o de ser acariciados por otros semejantes, no tienen el menor pudor por acariciar a perros, a gatos o a caballos.
Los psicólogos están de acuerdo en que el contacto corporal, piel a piel, es una vía de comunicación humana indispensable, no sólo para la maduración espiritual sino también para el desarrollo corporal. La “caricia”, además de ser una forma de comunicación primaria, es necesaria para lograr el bienestar de la persona y para experimentar un elemental sentimiento de seguridad; es también un estímulo indispensable para alcanzar el adecuado desarrollo físico y el equilibrio psíquico de todo ser humano.
Las experiencias llevadas a cabo por los especialistas explican cómo el contacto corporal es una necesidad tan vital para la supervivencia del recién nacido como es el oxígeno para su respiración corporal. Si éste le fallara, podría presentar graves trastornos en su desarrollo o, incluso, podría llegar a morir. Son conocidas las investigaciones que René Spitz llevó a cabo, a principios de siglo en orfanatos británicos, con el fin de identificar la causa de la considerable mortandad de bebés en establecimientos de este tipo. Quedó demostrado que uno de cada tres bebés moría antes de alcanzar el año de edad por falta de lo que podríamos llamar "alimento táctil". Se trataba en todas las ocasiones de niños y de niñas que, aunque estaban bien cuidados en su higiene, calor y alimentación, les faltaba ese contacto piel a piel, esa atención y ese juego corporal que, en mayor o menor medida, los que hemos crecido en un ambiente familiar convencional, hemos disfrutado.
Pero, en mi opinión, la “caricia” -la fiesta de la piel y del cariño- sólo es verdadera y gratificante cuando no nace en los dedos, ni en la mano, ni en la boca, sino en el rincón más recóndito del alma. Sólo podemos llamar “caricia” en sentido estricto al contacto que, expresando respeto, cariño y gratitud, es recibido y aceptado como regalo placentero. El contacto físico impuesto pierde su sentido de comunicación y se convierte en una grosera agresión que, en vez de bienestar, nos produce miedo, vergüenza y dolor.
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