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viernes, 8 de agosto de 2014

"La hospedería del chiripi", por Salvador Delgado Moya

SAN PABLO DE BUCEITE
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SALVADOR DELGADO MOYA, es un joven al que “conozco” desde que llegó a nuestra localidad y digo conozco entre comillas porque aunque conozca a sus suegros y a su esposa (desde pequeña) con él no he cruzado muchas palabras, no sabía qué tal persona era pero sí sabía que su familia política le tenían gran cariño, eso ya decía bastante de él.
Un día cualquiera, sin saber cómo, leí su primer escrito publicado, me quedé extasiada, qué capacidad de poder tenía cada una de sus palabras, cuánto sentimiento desprendía, qué sencillez para expresar lo que a muchas personas se nos pasa desapercibido y que él… lo captura para ofrecérnoslo como se ofrece una flor de fresca fragancia…
Desde ese primer texto sigo todos los que escribe y en cada tema se crece con humildad dando homenaje a todo lo que él considera grandioso… hoy, al leer este homenaje a San Pablo de Buceite, población cercana a la nuestra y hermana por pertenecer al mismo municipio, he sentido verdadera admiración.
San Pablo puede sentirse muy orgulloso, no por tener algún monumento relevante como él nos describe sino, por contar con la lealtad de un sampableño capaz de recrearse con tal regocijo en cada uno de los recuerdos de un pasado… que gracias a él han podido recuperar todos aquellos que hayan leído su formidable texto.
Gracias Salvador por regalarnos tu sensibilidad y así poder disfrutar de todo lo que escribes.
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"La hospedería del chiripi"
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Quisiera describir lo que ha supuesto para mí, y creo que también para mucha gente, lo que significa ser sampableño o “chiripi”.
Para sentir estas vivencias hay que llevarlo en la sangre, en la genética y sobre todo en el pensamiento. Algunas veces imagino, sueño, qué fue de aquellos años que llevo grabados. Y como un loco paranoico motivado, me dejo llevar por aquellas escenas, dentro de una película, un gran largometraje, imposible de revivir físicamente, pero sí mentalmente…
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Os propongo que participéis de mi delirio...
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Recuerdo aquellos veranos eternos, de niños que iban a bañarse al rio, haciendo de aquel paraje el mejor resort del mundo. Casas encaladas a brocha, de cal apagada, haciendo que la hazaña estuviese culminada antes del esperado y ansiado San Pedro. Gente en las calles sentadas sobre sillas de eneas, descansado de la fatigosa jornada y recepcionando un merecido descanso. Puertas y aceras fogosas de calor que se apaciguaban con cubos de agua pulverizadas por la maestría de nuestras madres.

Recuerdo sus olores: al pan recién hecho del horno de Muñoz, el olor a mar de la furgoneta de “José el Pescaero”, el aguardiente de Casa Carrión...

Recuerdo sus sonidos: el soniquete del yunque del herrero. El tren llegando a la estación, avisando de su presencia, ese que tantas veces vio marchar la desaparecida Cecilia. El Barreiros de Bartolín o los tractores con cajones de naranjas, colmados por los jornaleros con destino al almacén de Luis Sánchez. El altavoz de la iglesia, esos matinales domingos, pregonando con su música la obligatoriedad de asistir al evento. Al también desaparecido Juan Guzmán, alertando con paso firme y rápido a todos los convecinos y de viva voz, que el suministro de agua potable sería cortado por una avería, lo que provocaba que el populacho se apresurara a abastecerse del preciado liquido en barreños, cubos y palanganas.

No quiero hablar de sus calles y sus callejuelas, porque todas ellas tienen libros y libros para describir las vivencias en ellas acaecidas.
Tengo grabadas imágenes como si de postales se tratasen que me transportan al pasado: el primer parque infantil, coronada por la insignia de la Caja de Ahorros de Jerez; la botica; el estanco; la tienda de Carrión; las escuelas viejas; los partidos de futbol dominicales en la pista del colegio; mujeres que todas las tardes recibían clases de corte y confección; la tasca de Gonzalo; el bar Pedro; la primera cabina de teléfono; la cerejana y la cortapisa, que podríamos decir que eran los límites territoriales de nuestra ya avanzada infancia; el cine de verano de “El Largo”, y tantas y tantas imágenes...

Podría seguir enumerando ciento y cientos de circunstancias, de paisajes, de escenas y de momentos tanto de personas como de eventos, pero solo quiero mencionar algunos que me vienen a la memoria de paso, porque con la nostalgia también se vive e indudablemente han sido y serán protagonistas en nuestras vidas.
Para mí, mi pueblo, - y lo digo en posesivo- es un cúmulo de sensaciones, algunas veces inexplicables, que hacen emanar mis sentimientos.

Lo que si se es lo que quiero. Quiero volar por sus calles, sentir los olores de azahar, zambullirme en tu rio, saciar mi sed con tu agua, abrazar a su gente, llorar por los ausentes y reír con los presentes, quedar extasiado solo con su presencia y seguir en el delirio permanente de su felicidad. Quiero gritar muy alto, y decir y pedir gracias, por haber nacido y vivido en este pequeño tesoro y que es de incalculable valor gracias a su gente.

Quiero un buffet completo de tu gastronomía; quiero deambular bajo tu luna; quiero que me abrase tu sol, quiero oler tu esencia, quiero meditar con tu paz y sosiego; quiero llorar y reír contigo y por ti; quiero el néctar de tus naranjas; quiero que el corazón se me agite cuando digan tu nombre; quiero a San Pablo, lo quiero hasta que me duela...

Aquí no poseemos grandes monumentos, ni basílicas, ni iglesias, ni mezquitas, ni alhambras, ni castillos que fuesen legados por nuestros antepasados, aquí lo que si poseemos lo que para mí, y en los tiempos que corren, es una de las siete maravillas del mundo, y no es otra cosa que su gente, su idiosincrasia y su entorno, todo ello envuelto en un aura de descanso, paz, relajación y bienestar, llegando a saborear la vida un tanto diferente.

Llegado a este punto y con mi copa en la mano, alzo mi brazo, y mirando al cielo quiero y deseo brindar por los padres, madres, hermanos, familiares, amigos y conocidos que jóvenes o mayores dejaron un dolorido e incurable vacío por su ausencia, y que gracias a ellos, los que se fueron, los que están y los que llegaran, todo el conjunto son participes de escribir cada una de las páginas del libro de la historia de esta bendita tierra. Tened muy claro que vuestro recuerdo será imborrable y seguro que algún lugar de este inmenso e ilógico mundo, estaréis brillando al igual que lo hicisteis cuando podíamos disfrutar de vuestra presencia.
Quiero volar, respirar tu aire, volar desde La Lapa hasta Barranca bermeja; desde el Cortijo de Ciriaco hasta El Corchado; desde la Garganta del Purga hasta el Guadiaro.

Quiero emborracharme en tus fiestas, transformarme en tu carnaval; quiero bailar con tus adelfas, plataneros, lentiscos al son del viento que se mece en tus parajes; quiero beber tu agua, la que sacia la sed del recuerdo; quiero despertarme en tu naturaleza, con tu aire y con tu esencia; quiero delirar por tus calles, transportarme a tu historia, a tus alegrías y a tus penas; quiero dormir contigo y en ti; quiero delinquir en tu alma y quiero morir en tus brazos...

No quiero utilizar una verborrea redundante, calificativos desconocidos, ni algo ilegible, no quiero que esto sea un artículo, ni un ensayo, ni siquiera un comentario... simple y llanamente son, sentimientos.

Tengo que marchar. La vida continúa. Dejaré mis aposentos, me asomaré al ventanal para respirar tu aire, intentando llenar mis pulmones con tu ser. Cabizbajo me voy, pero tengo muy claro que algún día volveré para quedarme, casi seguro para acompañar a los ausentes, dejando de existir, y abonando con mis entrañas la tierra que me dio la vida, que engalanó ni niñez y me regalo la juventud...

Te quiero. San Pablo, te quiero. Y lo seguiré pregonando hasta el último aliento que me quede en esta vida.
Te debo mi alma, pero jamás podré saldar la deuda que contraje contigo al recibirme en tu hospedería.

SALVADOR DELGADO MOYA.
Agosto-2014.
 
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