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domingo, 25 de octubre de 2009

Langostino 'yeverigüé' por JOSÉ MONFORTE (Nuestras naranjas no solo tienen un sabor especial, también tiene especial su color)

NOTICIA DE LA VOZ DIGITAL
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The Guardian, que es un periódico así como muy serio del Reino Unido, ha publicado un reportaje sobre los 50 mejores productos del mundo con los que ponerse hasta arriba sin el más mínimo recato.
Resulta que en el puesto 37 de la lista aparecen los langostinos de Sanlúcar y más en concreto los que se comieron en Casa Bigote los ingleses que, por lo visto, después de jamarse media de langostinos con manzanilla dijeron al unísono yeverigüé y le pidieron a Fernando y a Paco Bigote, catedráticos cum laude en la cocción del marisco, que les pusieran otra ración...pero sin picos.
Poco a poco parece que nuestros tesoros se van descubriendo al mundo. Hace pocos días hasta cuatro queserías de la Sierra de Cádiz (Los Payoyos, El Bosqueño, Pajarete y El Gazul) lograban hasta 14 premios en el concurso de quesos más importante del mundo.
El blog Salsa de Chiles, del prestigioso crítico gastronómico del ABC, Carlos Maribona, premiaba también al Campero de Barbate por su magnífico trabajo con el atún y otros pescados y ahora los ingleses reconocen el trabajo de un restaurante de Sanlúcar, Casa Bigote, que es otro de los tesoros de la provincia, no sólo en el tema de los langostinos, que más que cocerlo lo que hacen es darle un baño calentito al marisco de lo bien que lo tratan, sino también en sus guisos marineros que bordan también con maestría.
Me han dicho que los ingleses cuando chuparon las cabezas de los langostinos, parecían dos aspiradoras de Casa Polti y que el chupetón se oyó hasta en el Museo de la Manzanilla de Barbadillo.
Y es que la verdad es que un langostino se disfruta una jartá. Lo primero es quitarle la cabeza que ya, si el langostino es más fresco que una ola de una playa de Tarifa, es como destapar un tarro de colonia de Cristiandior, pero esto es más bien Coraldior, la esencia de Sanlúcar.
Tras el descabezado viene un momento de incertidumbre y es mirarle al bicho el interior de la cabeza para ver si hay coral, de ese de color naranjita intenso, color naranja del Tesorillo. Si lo hay, es como cuando en El Vaticano dicen «Habemus Papa» y tocan las campanas del paladar. Es en ese momento cuando se produce el tan deseado efecto caldichi, que consiste en meter la lengua en la cabeza del animal y pegar un sorbio que te traería pa dentro con la fuerza descomunal que se libera en ese momento un contenedor lleno de puchero. Observen la cara del sujeto (o sujeta) chupante en ese momento y le verán la misma cara que si acabara de...bueno no vamo a entrar en detalles.
Al fin y al cabo comerse un langostino es...como un cocido. Tiene tres vuelcos. El primero el del caldichi, que ya hemos descrito, luego, ya para iniciados, está lo de abrir la cabeza del langostino, a mano, y ya rebañarle el interior mediante hábiles lengüetazos.
La tercera parte, que es la más erótica, es lo de quitarle al langostino la gabardina que lleva puesta, que cruje un poquito, arrancarle las patitas de dos en dos, rasgarle la parte de la colita, separarla suavemente, pero con decisión de la parte carnosa y pegarle tres bocaos al bicho que ya está más blanco que la Sábana Santa lavada con Colón.
Siempre he considerado que es mejor comerse el langostino en tres bocaos que en dos, porque lo disfrutas más. Y luego, no pierdan de vista al sujeto langostinado porque verán como con disimulo todos hacen lo mismo, cuando ya han terminado se huelen las puntas de los deos y aspiran como la draga de una playa para llevarse todo el aroma.
Cuidado con ese momento, no caigan en la trampa de limpiarse los deos con unos pañolitos de papel aromatizados con limón, No usen el pañolito, que es de tan mal gusto como ir a comer marisco oliendo a Varon Dandy. Habrán perdido el placer de luego, cuando vayan en el coche, recordando aquella memorable tarde en Sanlúcar, olerse los dedos y recordar aquellos maravillosos bichos color naranja de San Martín del Tesorillo. Es más les voy a contar una historia de güarro total. Una vez que fui a comer langostinos a Sanlúcar no me lave las manos en tres días y al cuarto todavía olía el meñique a marisco.
Los ingleses han claudicado ante una fuente de langostinos de Casa Bigote de Sanlúcar y me han dicho que desde entonces los investigadores de The Guardian cuando son las cinco, en vez de tomarse el té, se llevan los dedos a la nariz, así con disimulo tratando de no borrar de su memoria el día que pelaron cuarto y octavo de langostinos de Sanlúcar. Do you ripit, plis, dijo el más largo a Fernando Bigote
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