El camino a recorrer no es fácil. El nuevo secretario general del PSOE -a ratificar por el congreso extraordinario- se enfrenta a una izquierda creciente que se inclina por IU y por Podemos, pero encuentra sobre todo un PSOE devastado por Zapatero. Y hay que insistir en que fue el ex presidente el responsable máximo porque la hecatombe socialista tiene su origen en su política respecto al Estatuto catalán, su nula capacidad de afrontar la crisis económica y su desafecto hacia quienes habían hecho del PSOE el partido más sólido. Antes de que Rubalcaba llevara al PSOE al peor de sus resultados, los socialistas habían perdido prácticamente todo su poder municipal y autonómico en las elecciones celebradas antes de las generales. Rubalcaba no acertó pero el problema venía de atrás. De un Gobierno del que no supo, no quiso o no pudo despegarse.
Encuentra por tanto Pedro Sánchez un PSOE deshecho, desencantado y desarbolado. Sin embargo eso puede ser positivo para quien afirma que va a realizar un necesario cambio en profundidad: la mayoría de los socialistas inician una nueva etapa cargados de una ilusión que puede facilitar la unión entre distintas facciones, que quizá desaparezcan una vez consolidado un Pedro Sánchez que hace pocos meses era un absoluto desconocido.
Habrá que estar pendiente de quien sin duda se ha convertido en un referente del PSOE: Susana Díaz. Está por ver cómo se produce la cohabitación entre la presidenta andaluza y un Sánchez al que tanto ha ayudado para convertirse en triunfador, si van de la mano o surgen rivalidades que no serían buenas.
En mayo se celebran autonómicas y municipales, el reto más inmediato del nuevo secretario general. No le será difícil recuperar un número destacado de nuevas alcaldías y gobiernos autonómicos, porque el PSOE parte de poco más de cero y el desgaste del PP es obvio. Quizás ahí empiece a surgir el PSOE renovado que Pedro Sánchez va a capitanear.
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